Post Chaco

Ese humo,
tan bonito de colores
que ves en la foto
con la piba en tetas
y el pañuelo verde
que le tapa la cara
dejando sólo a la vista
esa mirada que ruge
por toda las mujeres,
con su brazo en alto
y el puño apretado,
como si en él tuviera
la capacidad para destruir
todo lo que está mal en el mundo.
Ese humo,
esa foto,
no se compara
ni en la infinidad descriptiva
que puede llegar a resumir
la experiencia de estar ahí,
agachada,
hermanada,
rodeada de un mar de pelucas rosas,
al son de los alaridos y el sapucay
póstumos a la frase
"SOMOS LAS NIETAS 
DE TODAS LAS BRUJAS 
QUE NUNCA PUDIERON 
QUEMAR",
y previos al anuncio de la corrida.
Avanzás incontenible
de la mano de una o dos amigas,
para no perderte entre
la salvaje correntada
de compañeras en la marcha.
Le apretás la mano con la fuerza
de ese puño,
de esa mirada,
de esa piba,
de esa foto.
Y cuando sentís
que se te están por salir los pulmones,
y el corazón,
y todos los órganos
por la boca,
entonces nos detenemos y aplaudimos,
como si esa pequeña maratón
de media cuadra
nos hubiese llevado
al nuevo mundo que intentamos
conquistar, 
crear,
creer.
Bailamos en ronda
cual Aquelarre
al rededor del fuego,
pidiendo a canto
lo que por naturaleza merecemos.
Volver a casa después de eso
es difícil;
sentís que saliste de un cuento,
de una utopía.
Pero cuando te engripás
porque tu cuerpo no logra
soportar en soledad
el peso de tu ferviente lucha,
y tu amiga te hace reiki
y llora las lágrimas 
que no pudiste sacar
sentís en el alma
que el feminismo
nos va a salvar.



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